(Tercera y última parte)
Y esa nueva forma de dominio es, precisamente, la “teoría de la globalización”, cuya aplicación concreta son los tratados de libre comercio y los acuerdos de cooperación. Los teóricos de la “globalización” aseguran que ésta no es otra cosa que llevar a una nueva escala, a una escala regional, continental (o mundial si fuera posible), la política del “librecambio”, cuyo carácter innegablemente progresista, benéfico e indispensable para un desarrollo general y compartido de todos los países de la tierra está fuera de duda, como lo prueba la teoría económica moderna. En el seno de la globalización no caben la desigualdad, la inequidad, la dominación de unos por otros, los privilegios para unos en detrimento de los demás. Allí todo es igualdad, desarrollo compartido, ayuda mutua, progreso para todos. Jauja, pues, en una palabra. Pero a estas alturas se sabe bien que ese discurso es pura paja, puro humo en los ojos; que la igualdad y la reciprocidad rigurosas de que habla se fundan en una falacia evidente: la total asimetría entre los países firmantes que hace que todas las bondades que en ellos se estipulan solo puedan ser plenamente aprovechados por el país poderoso, por los monopolios que se hallan detrás de tales tratados, mientras que la parte débil no está de ninguna manera en condiciones de hacer lo mismo y debe conformarse, por tanto, con las migajas que los monopolios establecidos en su territorio puedan o quieran otorgarle.
Sin embargo, los tratados “antiguos”, como nuestro TLC, tienen varias “deficiencias” a juicio del capital monopolista. Tres principalmente: a) las inversiones y sus dueños quedan sujetos a las leyes del país huésped; b) las relaciones obrero-patronales deben someterse a la ley laboral del mismo país; c) los contratantes quedan en libertad de firmar pactos semejantes con otros países, incluso si son “enemigos” del país dominante en el tratado. Esto se tiene que acabar, dicen ahora los dueños del gran capital. 1.- Las inversiones extranjeras deben ventilar sus conflictos con los gobiernos locales en un tribunal especial, haciendo a un lado el Estado de Derecho del país receptor; 2.- las relaciones laborales deben “flexibilizarse” a grado tal que, de hecho, el obrero esté a merced absoluta del patrón; 3.- el tratado debe tener carácter “exclusivo”, es decir, el mercado así formado será monopolio del socio más poderoso. En suma, pues, los nuevos modelos de tratado acaban de un solo golpe con los pocos y maltrechos restos de soberanía nacional que los pactos antiguos dejaban a los países pobres. Se trata, ni más ni menos, que de una verdadera anexión, tal como ocurría con las antiguas “colonias” y “protectorados”. De este tipo de tratado es el famoso TPP al que acaba de sumarse México. En realidad, de verdad: ¿qué futuro nos espera a los mexicanos?
Definitivamente deben hacerse ajustes más equitativos en donde podamos ejercer nuestra democracia.
ResponderEliminarClaro, los monopolios, duopolio y monopolios!!!
ResponderEliminarClaro, los monopolios, duopolio y monopolios!!!
ResponderEliminarEl sistema no puede funcionar sin asimetría. La opulencia en un extremo representa la carencia del otro extremo, así funciona esto.
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