En México y en el mundo, tenemos una democracia de gestos, de apariencias, de discursos y de maniobras complejas, muy elaboradas y difíciles de captar por la gente común, pero no por eso menos ciertas y de efectos menos graves para las mayorías.
Ese aparato al servicio de la farsa y de la impostura logra engañar al público, le hace creer que es real que él es quien elige a sus gobernantes y que estos son, por tanto, los genuinos representantes de su voluntad y de sus intereses.
LA OXFAM dijo en algún documento que nada de esto es cierto. La verdad es que la concentración de la riqueza de México y del planeta, exige necesariamente una concentración del poder de igual intensidad y prácticamente en las mismas manos, para garantizar la permanencia y la reproducción ampliada de los privilegios y el poder económico que la primera detenta.
La democracia es una ficción, es una máscara que cubre el rostro de la dictadura de las élites del dinero, las cuales imponen al resto de la sociedad no sólo las decisiones más trascendentales para la vida de todos, sino también el tipo de gobierno y las personas que habrán de ejercerlo, de modo que se cumplan puntualmente las decisiones previamente tomadas.
La democracia está secuestrada por las pequeñas élites, dice la OXFAM y, por tanto, también están secuestrados por ellas el Estado y el gobierno. Por esta razón es que resulta ingenuo esperar que los cambios económicos de fondo, como el mejor reparto de la riqueza, provengan de esos gobiernos; que sean ellos los que tomen la iniciativa para un verdadero combate a la pobreza, a la desigualdad y a la marginación.
Una de las acciones o tarea inmediata sería democratizar todo el poder, ponerlo todo en manos del pueblo y al servicio de los que ahora no lo tienen y que piden representar un cambio económico y político, con dependencia, quizá sí, pero nos en lo sustancia.