(Segunda y última parte)
Es lo que los expertos llaman la captura del Estado, es decir cuando ciertos grupos con intereses específicos logran controlar el proceso de toma de decisiones de nuestros gobernantes para obtener beneficios particulares por encima del interés general de la sociedad, ya sea adjudicaciones, leyes a modo o condiciones ventajosas de inversión. En México tenemos múltiples y constantes ejemplos, la anterior ley de telecomunicaciones que coloquialmente, se llamaba directamente Ley Televisa, los sobornos para conseguir contratos,…
Para Benjamin Cokelet, director del Proyecto sobre Organización, Desarrollo, Educación e Investigación (PODER) las grandes fortunas empresariales son la muestra más clara de la desigualdad en México. De 46 miembros del Consejo Mexicano de Negocios, 37 controlan casi 40% del PIB, muchas veces, gracias a las adjudicaciones del Estado. El privilegio del Estado a pequeños sectores no ayudan al crecimiento económico ni a la redistribución de la riqueza. Las mismas organizaciones financieras liberales lo denuncian. En 2012 la OCDE concluyó que, entre 2005 y 2009, el comportamiento monopólico de las empresas de telecomunicaciones de Carlos Slim se había traducido en una pérdida de bienestar para los mexicanos superior a los 129 mil millones de dólares, aproximadamente el 1.8% del PIB por año.
La captura política y la desigualdad, señala Esquivel, “han creado un crecimiento excluyente que ha hecho todo menos reducir la pobreza”.
La metáfora urbana de esa economía mexicana es Santa Fe. El distrito financiero de México se erigió sobre lo que antes era un basurero con sus barrios aledaños de pepenadores. Ahora Santa Fe es la imagen del México pujante y moderno con edificios que hacen cosquillas al cielo, una ciudad aparte que esconde en sus barrancas a los trabajadores más bajos de la escala laboral. María, la joven que hace el aseo de su centro comercial vive en uno de sus barrios, apenas a 3 kilómetros de su trabajo. En una colonia de casas de madera y lámina, renta un cuarto más pequeño que los baños que limpia, con azulejos de mármol.
Desde el piso 15 del rascacielos donde se encuentra la agencia de publicidad que trabaja Jazmine apenas se vislumbran los hoyos donde viven María y los empleados más humildes de los corporativos. Desde el despacho de su jefa, la misma cuyo salario ronda los 80 mil pesos, aquellos techos se ven muy lejos.
–¿Alguna vez miras para abajo? –pregunto pegada a la cristalera mientras ella trabaja en su computadora.
–No, me da vértigo– dice sin voltearse.