viernes, abril 01, 2016

Economía mexicana sometida por avance del dominio del capital global

(Segunda parte)

En México no existe propiamente una industria automotriz nacional, ello no obstante que ocupamos el cuarto lugar mundial en exportación de automóviles; pero no nos hagamos ilusiones, esto es más bien el uso del territorio nacional y la mano de obra barata para ensamblar aquí los carros a bajo costo, sobre todo laboral, y venderlos luego en otros países con un margen de ganancia mucho mayor, en condiciones más competitivas que si se hubieran fabricado en países con altos niveles salariales. Igualmente, no tenemos industria aeronáutica, como sí tiene Brasil con Embraer; importamos todos los aviones. Los sectores de maquinaria agrícola y pesada están dominados también por empresas extranjeras. La industria refresquera está en manos de Coca-Cola y Pepsi, que combinadas controlan el 89 por ciento del mercado.

Las empresas cerveceras y de otras bebidas alcohólicas “muy mexicanas” corren igual suerte: el Grupo Modelo es ya en gran parte propiedad de Anheuser-Busch InBev; tequila Don Julio fue adquirida por la británica Diageo; tequila Cazadores, por Bacardí; Herradura, por la estadounidense Brown Forman Corporation, y Sauza, por Beam Future Brands, sólo por dar algunos ejemplos de cómo la tradicional bebida es crecientemente propiedad de extranjeros, y de nacional sólo le queda el nombre. La industria juguetera y la cinematográfica han sido igualmente afectadas por la competencia extranjera, sobre todo china y estadounidense, respectivamente; de la época de oro del cine mexicano nada queda. 

No existe una industria mexicana de computadoras; todo lo compramos a los productores estadounidenses, chinos, etc., incluyendo los antivirus, por cierto, un jugoso negocio donde hay quienes se dedican a crear virus para luego vender la protección. En el sector minero es frecuente saber de empresas que luego de extraer la riqueza del subsuelo emigran dejando una secuela de contaminación.

En producción de alimentos las cosas no están mejor. Según datos del Doctor Manuel Villa Issa, investigador del INIFAP: “Los técnicos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), indicaron que México compra del extranjero, principalmente de Estados Unidos, 43% de los alimentos que consume, lo que representa una gran dependencia alimentaria. Esto significa que entre los 40 países más importantes del mundo, México es el segundo país importador de alimentos en términos per cápita, después de Japón”.

En ponencia del mismo autor en el Estado de México, la prensa registró su siguiente declaración: “México estaría importando en 18 años más del 80% de los productos que consume la población, si no modifica de manera radical su política alimentaria, según estudios de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Manuel Villa Issa, investigador de la Universidad Autónoma Chapingo (UACh) recordó los análisis en los que la FAO advirtió la problemática que se presentaría en el país para el 2030.” (El Universal, 27 de febrero 2012). En una palabra, peligrosamente empresas extranjeras controlan cada día en mayor medida lo que comemos.

Economía mexicana sometida por avance del dominio del capital global

(Primera parte)

Como resultado del desarrollo del capitalismo internacional, en el proceso de la globalización diferentes sectores de la economía mexicana vienen siendo progresivamente controlados por empresas de capital extranjero. La ley general de la acumulación del capital avanza a toda marcha en México.

Ciertamente fomentando el desarrollo de corporativos mexicanos, pero sobre todo extranjeros. Algunos ejemplos nos permitirán sustentar esta afirmación. La llamada liberalización financiera ha permitido que bancos europeos y norteamericanos controlen la mayor parte del capital bancario que opera en el país. De acuerdo con Daniel E. Nolle, funcionario de la Oficina de Control de Moneda de Estados Unidos, México tiene una de las proporciones más altas de capital extranjero en el sector bancario a nivel mundial: 70 por ciento; según Guillermo Ortiz, persona muy informada en la materia, el porcentaje alcanzaría el 75 por ciento. 

Y es bien sabido que estos bancos cobran aquí comisiones entre las más elevadas a nivel mundial, pero sobre todo es preocupante que sean los bancos extranjeros los que decidan la política de crédito, a quién, bajo qué condiciones y para qué prestar dinero, y obviamente lo hacen en función de sus intereses. Grandes corporativos como Walmart se apropian del mercado doméstico, con la consecuente ruina del pequeño comercio y de las empresas mexicanas de tamaño medio, privando así de su fuente de ingresos a millones de familias; el monopolio de la familia Walton controla ya el 63 por ciento del mercado minorista en México, y avanza aceleradamente: en el último año aumentó en 8 por ciento su participación en ventas totales, con un monto de 437 mil 659 millones de pesos; el año pasado abrió 132 nuevas tiendas.

El Estado es el que debe reducir la desigualdad económica

La realidad, más terca que las sedantes teorías, viene a dar el mentís en muchas cosas o hipótesis que creemos ciertas; en el caso de el aumento de la riqueza, a través las impresionantes éxitos de las grandes empresas, hay un creciente empobrecimiento de la clase media, y aumenta la pobreza. 

No basta, pues, con el simple crecimiento. El mercado dejado a su libre acción no distribuye; es más bien terriblemente concentrador, característica inmanente a él. Consecuentemente, para reducir la desigualdad económica y la pobreza, la realidad nos dice que debe intervenir otro poder que posibilite la distribución, y ése no es otro que el Estado. Y debe hacerlo mediante la aplicación de una política sistemática que se proponga la reducción de la brecha del ingreso. 

Tal estrategia distributiva debe instrumentarse a través de un sistema fiscal progresivo que obligue a pagar más impuestos a quienes más ganan; una política de incremento salarial, superando el congelamiento de salarios que permite a las grandes empresas acumular ganancias a costa de los trabajadores; una reorientación en el gasto público a favor de los sectores sociales más desprotegidos, y el fortalecimiento del mercado interno sobre las exportaciones. 

Pero si el Estado, impedido por la oposición de los grandes corporativos empresariales, no interviene y renuncia a la tarea de elevar el bienestar social, en cuyo caso, el progreso sólo será posible con la intervención decidida de la sociedad civil, activa y políticamente educada, actuando como contrapeso al poder de los corporativos. Es la única forma efectiva de revertir, o al menos atenuar, la terrible, y peligrosa, polarización económica de nuestra sociedad, y luego poco a poco eliminar la dependencia hacia el país vecino. 

Más riqueza, más pobreza en el país

Ante tanta bonanza en el país, ante tanta riqueza que a diario vemos que se genera, el más elemental sentido común sugiere que debieran existir altos niveles de bienestar, pues hay riqueza bastante para ello, y cada día más. Pero no es así, sino al contrario. En julio del año pasado la prensa publicó el resultado de medición de pobreza del Coneval para el período 2012-2014, que arroja un aumento en el número de pobres: de 53.3 a 55.3 millones; o sea que en cada año transcurrido, desde la clase media baja se precipitaron a la pobreza un millón de mexicanos.

Para completar el cuadro, el 27 de julio en la prensa informó que, según cifras del Coneval, aparte de los dos millones mencionados, otros 8.5 millones podrían correr próximamente igual suerte pues se encuentran ¡vea usted el eufemismo! “en situación de vulnerabilidad”.

Esto, precisa el organismo, porque “Perciben ingresos inferiores al valor de la Línea de Bienestar que es de 2 mil 542 pesos […] Lo anterior quiere decir que si los 8.5 millones de mexicanos no elevan sus ingresos en el corto plazo y continúan en el umbral de la pobreza, la cifra de 55.3 millones de pobres reportados para los siguientes años podría aumentar en los años siguientes”

Tendríamos entonces, siempre atendiendo lo que el gobierno admite, que el número de pobres podría saltar a 63.8 millones. Advirtamos que más que la cifra, seguramente maquillada, lo importante a destacar es la tendencia.

El contraste es escandaloso. Por una parte se narran los triunfos empresariales: más riqueza, más ventas, crecientes exportaciones, pero por otra, hay más pobreza y un acelerado deterioro de la clase media. Esta contradicción no es casual, sino expresión de la ley de la acumulación del capital, consustancial al desarrollo de la economía de mercado, operando sin taxativa alguna, dejada a su absoluta libertad.