jueves, mayo 05, 2016

Capitalismo y contaminación

Colaboración invitada. Por: Aquiles Córdova Morán. En el mes que acaba de terminar y en los primeros días del que acaba de comenzar, la Ciudad de México ha vivido jornadas de preocupación y de creciente molestia a causa de la contaminación ambiental, que ha alcanzado niveles que, según los expertos,  resultan ya peligrosos para la salud de los habitantes de toda la zona conurbada del Valle de México. A decir verdad, a mí siempre me ha parecido sospechosa esa determinación matemática exacta del punto a partir del cual la suciedad del aire comienza a ser “peligrosa” o “nociva” para las personas, pues pienso que la simple lógica que subyace siempre al sentido común, diría que si una sustancia x (cianuro de potasio, pongamos por caso) es veneno para el organismo, lo será siempre en cualquier cantidad que la ingiramos, y que la diferencia entre consumir poco o mucho de ella consistirá solo en la gravedad del daño causado, pero siempre habrá alguno por mínimo que sea. Dicho en pocas palabras: la atmósfera que respiramos debe estar limpia siempre (al menos lo más limpia que se pueda), libre de contaminantes nocivos de cualquier tipo y en cualquier cantidad que sea, y no preocuparnos solo cuando alcanza niveles visiblemente peligrosos.

Pero al margen de que nos parezca que hay mucho de alharaca demagógica en el escándalo informativo y en las medidas “de emergencia” que apresuradamente se toman cuando la contaminación rebasa un punto matemáticamente calculado (como si respirar porquería por debajo de ese punto fuera alimenticio), lo que por ahora me interesa más es examinar la eficacia y alcances de esas mismas “medidas de emergencia”. ¿A qué se constriñen tales medidas? A prohibir a los ciudadanos el uso de su coche (o de cualquier automotor de combustión interna de su propiedad), que seguramente adquirieron precisamente para circular en él o como herramienta de trabajo, con lo cual se viola flagrantemente uno de los principios básicos, casi sagrados podría decirse, de un régimen políticamente “democrático” y económicamente autodefinido como “economía de libre empresa” o “de libre mercado”. Ese principio no es otro que el respeto irrestricto a la propiedad privada, propiedad que, a su vez, es definida por cualquier “Estado de derecho” como la libertad de todo propietario para hacer uso y abuso de cualquier bien de su propiedad, sin más límite que su conveniencia y voluntad soberana. Y ahora nos salen con que “dice mi mamá que siempre no”, que puesto que la salud de todos está por encima de cualquier derecho privado, los dueños de un vehículo automotor solo podrán hacer uso de él cuando el poder público se los permita.

Muy bien, decimos nosotros. Pero si eso es así, entonces la medida restrictiva deberá necesariamente alcanzar a todos aquellos que, de una o de otra manera pero de modo cierto e indudable, contribuyen a la contaminación del ambiente. Y no es así. La limitación de la libertad de circular afecta solo (o al menos más severamente) a los propietarios individuales y aislados, que no tienen, por lo mismo, ningún poder económico y político para protestar y defenderse contra la medida; pero prácticamente no toca a los poderosos pulpos del transporte de pasajeros y de carga, es decir, a quienes poseen cientos y aún miles de unidades que circulan por todo el país y, por tanto, también en la Ciudad de México, y que están perfectamente organizados para defender sus intereses de grupo. Aquí se ubican también, desde luego, los monopolizadores del transporte urbano en todo el Valle de México. Las unidades de todos ellos, casi todas movidas con diésel, arrojan gruesos chorros de humo negro por el escape a la vista de todos, es decir, contaminan ostensiblemente, a ciencia y paciencia de las autoridades. Lo mismo ocurre con las unidades que prestan servicio al gobierno de la ciudad, los camiones recolectores de basura y las pipas que reparten agua o riegan parques y jardines, que son verdaderas chimeneas rodantes que arrojan enormes cantidades de humo a la atmosfera contaminando horrible e impunemente el aire que respiran los capitalinos. Para colmo de males, las medidas “de emergencia”, como lo prueba la situación actual, no atacan el problema a fondo, no van a la raíz del mismo y, por tanto, no son una solución radical y permanente; son simples arbitrios improvisados para salir del paso, verdaderos mejorales para curar un cáncer, razón por la cual podemos estar seguros que el problema volverá a resurgir en el futuro, solo que corregido y aumentado drásticamente, tal como está ocurriendo hoy. 

Pero el carácter superficial y paliativo de las medidas no debe ser atribuido a ineptitud, desidia o ignorancia supina de las autoridades. La verdadera razón para no ir al fondo del problema y para no adoptar las medidas correspondientes, radica en que una política de esa envergadura afectaría intereses muy poderosos, con capacidad suficiente para poner en muy serias dificultades la estabilidad política y económica del país. Por ejemplo, los expertos ambientalistas aseguran que más del 90% de los contaminantes de la atmósfera brotan de los escapes de los automóviles privados, pero no faltan las voces de algunos conocedores que sospechan que ese cálculo no es todo lo científicamente imparcial que debiera, y que, más bien, está hecho con la intención de encubrir a los contaminantes más poderosos, tales como las industrias que queman combustibles fósiles y las que producen varios tipos de gases tóxicos que arrojan directamente a la atmósfera. Esto vendría a sumarse a la protección de los gigantescos pulpos del transporte de pasajeros y de carga.
Pero hay un responsable mayor del problema al que no se le toca ni con el pensamiento, y ese es, precisamente, la industria del automóvil y de los automotores en general. Resulta un verdadero contrasentido quejarse tan estentóreamente de la contaminación que provoca el automóvil privado y, al mismo tiempo, otorgar todas las facilidades a las empresas fabricantes de automóviles para que se instalen en el país; o hacer la vista gorda ante la intensísima campaña de medios para inducir al ciudadano a adquirir un automóvil (o varios, uno para cada miembro adulto de la familia, si su economía se lo permite), a crédito o al contado y, de ese modo, “realizar el sueño de su vida”; o seguir gastando ingentes cantidades de dinero, que podrían tener un mejor destino, para abrir nuevas “vías rápidas”, hacer pasos a desnivel, puentes elevados, ampliar calles y avenidas, y ahora, en el colmo del absurdo, construir carreteras, una sobre otra, a costos elevadísimos, con tal de que las ciudades den cabida a más y más automóviles en sus calles. Es también una inequidad flagrante, hacer responsable al propietario de un coche por la cantidad de contaminantes que emite, mientras que a los señores fabricantes se les deja en absoluta libertad para determinar todas las características de su producto, sin ninguna responsabilidad social. 

No hay duda: la terrible contaminación de la atmósfera que respiran los habitantes de la Ciudad de México y de prácticamente todas las grandes ciudades del país y del mundo, es responsabilidad, en última instancia, de los grandes monopolios capitalistas, cuya preocupación fundamental y casi única es la obtención de la máxima ganancia a costa de lo que sea, incluida, desde luego, la salud de los consumidores que, a buen seguro, piensan que no es en absoluto asunto de su incumbencia. Y no solo la contaminación atmosférica, sino toda la depredación de los recursos naturales del planeta, que viene de varios siglos atrás y cuyo próximo agotamiento está haciéndose visible bajo la forma del calentamiento global, es también fruto del abuso que el capitalismo irracional, el sistema económico más voraz e inhumano que ha conocido la humanidad en toda su historia, ha hecho de tales recursos que, en estricto derecho, pertenecen a toda la humanidad y no solo a un puñado de poderosos monopolios ansiosos de ganancia. Planteado así el problema, la pregunta obligada es: ¿Podrá algún día resolverse dentro de los marcos de este mismo sistema? Lo más probable es que no.

domingo, abril 10, 2016

Crecimiento económico, ¿para quién?

(Segunda y última parte)

Es lo que los expertos llaman la captura del Estado, es decir cuando ciertos grupos con intereses específicos logran controlar el proceso de toma de decisiones de nuestros gobernantes para obtener beneficios particulares por encima del interés general de la sociedad, ya sea adjudicaciones, leyes a modo o condiciones ventajosas de inversión. En México tenemos múltiples y constantes ejemplos, la anterior ley de telecomunicaciones que coloquialmente, se llamaba directamente Ley Televisa, los sobornos para conseguir contratos,…

Para Benjamin Cokelet, director del Proyecto sobre Organización, Desarrollo, Educación e Investigación (PODER) las grandes fortunas empresariales son la muestra más clara de la desigualdad en México. De 46 miembros del Consejo Mexicano de Negocios, 37 controlan casi 40% del PIB, muchas veces, gracias a las adjudicaciones del Estado. El privilegio del Estado a pequeños sectores no ayudan al crecimiento económico ni a la redistribución de la riqueza. Las mismas organizaciones financieras liberales lo denuncian. En 2012 la OCDE concluyó que, entre 2005 y 2009, el comportamiento monopólico de las empresas de telecomunicaciones de Carlos Slim se había traducido en una pérdida de bienestar para los mexicanos superior a los 129 mil millones de dólares, aproximadamente el 1.8% del PIB por año.

La captura política y la desigualdad, señala Esquivel, “han creado un crecimiento excluyente que ha hecho todo menos reducir la pobreza”.

La metáfora urbana de esa economía mexicana es Santa Fe. El distrito financiero de México se erigió sobre lo que antes era un basurero con sus barrios aledaños de pepenadores. Ahora Santa Fe es la imagen del México pujante y moderno con edificios que hacen cosquillas al cielo, una ciudad aparte que esconde en sus barrancas a los trabajadores más bajos de la escala laboral. María, la joven que hace el aseo de su centro comercial vive en uno de sus barrios, apenas a 3 kilómetros de su trabajo. En una colonia de casas de madera y lámina, renta un cuarto más pequeño que los baños que limpia, con azulejos de mármol.

Desde el piso 15 del rascacielos donde se encuentra la agencia de publicidad que trabaja Jazmine apenas se vislumbran los hoyos donde viven María y los empleados más humildes de los corporativos. Desde el despacho de su jefa, la misma cuyo salario ronda los 80 mil pesos, aquellos techos se ven muy lejos.

–¿Alguna vez miras para abajo? –pregunto pegada a la cristalera mientras ella trabaja en su computadora.


–No, me da vértigo– dice sin voltearse.

Crecimiento económico, ¿para quién?

(Primera parte) 

Entonces, si los pobres siguen siendo los mismos y la clase media está cada vez más empobrecida, el crecimiento económico va a parar a muy pocas manos.

Los ricos no contestan encuestas, según coinciden los estadistas, pero desde 1996 la revista Forbes –una de las principales publicaciones de referencia en negocios y liderazgo– publica listas anuales con los activos de los más pudientes del mundo. En ese año entre las personas con fortunas superiores a los mil millones de dólares, México tenía 15 connacionales. 18 años después, en 2014, había solo uno más. Entre 1996 y 2014 la fortuna promedio de ese selecto grupo pasó de mil 700 millones de dólares por persona a los 8 mil 900. Un mexicano del 20% más pobre tiene  mil 200 pesos.

Cuatro multimillonarios se mantienen a la cabeza de los 15 más ricos de México en los últimos 20 años. Son: Carlos Slim, dueño de Telcel y de la principal operadora de telefonía móvil en toda América Latina, América Móvil; Germán Larrea, presidente del Grupo México; Alberto Bailleres, presidente del Grupo Peñoles; y Ricardo Salinas Pliego, presidente del Grupo Salinas.

Además de su extrema riqueza, estos cuatro multimillonarios tienen en común que una parte significativa de su fortuna viene de sectores privatizados, concesionados y/o regulados por el sector público. Slim incrementó masivamente su fortuna al controlar Telmex, empresa mexicana de telefonía fija privatizada allá por 1990. Telmex fue el paso de expansión hacia América Móvil.

Germán Larrea y Alberto Bailleres son dueños de empresas mineras que explotan concesiones otorgadas por el Estado mexicano. Ricardo Salinas Pliego obtuvo el control de una cadena nacional de televisión al adquirir a la televisora pública Imevisión.

La desigualdad entre la clase media

No hay un concepto unívoco para definir que es eso que llamamos clase media. El INEGI hizo apenas la primera investigación “experimental” sobre la clase media en la que dividen a la sociedad mexicana en 7 estratos de ingresos a partir de los datos arrojados por la ENIGH 2010. Según esa estratificación la clase media terminaría en los 21 mil 801 pesos. Es decir que si ganas más eres el 2.5% de la población y ya eres de clase alta. Tú y hasta Slim.

Con los datos de esa encuesta actualizados con la inflación por Animal Político, la clase media empezaría en aquellas personas que tienen un sueldo unipersonal mensual de poco más de 4 mil pesos en la ciudad o de 3 mil 195 en el campo.

Pero más que económico el concepto de clase media es aspiracional, es una ilusión social. El economista neoliberal Luis de la Calle causó mucho revuelo al afirmar hace cinco años que México ya era un país de clase media. Claro que el mismo lo matiza en su libro Clasemediero: Pobre no más, desarrollado aún no: “la clase media mexicana no necesariamente se acerca a los estándares de la vida de la clase media internacional”. Para De la Calle ser clasemediero en México es identificarse como tal, lo que te posiciona a distancia de los pobres y a distancia de los ricos y no importa que asistamos a un amplio espectro de ingresos dentro de los que así se identifican. “A pesar de las diferencias en el nivel de ingreso, existen similitudes en su concepción de la vida y su lugar en la sociedad”, enfatiza.

Jazmine tiene visa para entrar a Estados Unidos y en vacaciones viaja a ciudades como Nueva York o explora países paradisíacos como Costa Rica. Pero de lunes a viernes tiene que recorrer 35 kilómetros que en transporte público y a las 7 de la mañana se convierten en dos horas de camino. Durante tres años cambió su barrio en el límite entre la Ciudad de México y el estado para vivir en la Roma, una de las colonias de moda de la capital mexicana donde florecen los cafés, las galerías y los restaurantes. Dormía más pero no le alcanzaba para los gastos. Ahora renta una casa entera por menos de la mitad que rentaba un cuarto en la Roma. Y paga sus dos tarjetas de crédito. Quiere empezar a ahorrar. Sus padres a su edad ya tenían tres hijos y una casa. Su madre se quedó viuda a los 35 años, cuando Jazmine tenía apenas 8 años y aún así pudo asegurarles la educación particular hasta la prepa a todos sus hijos. Para costearse la universidad Jazmine empezó a trabajar. Diez años después y con un mejor trabajo que su madre, ve esas metas como un imposible todavía para ella.


La capacidad adquisitiva de los mexicanos ha caído tres cuartas partes en los últimos 40 años. En 1976, con un salario mínimo, una familia podía comprar hasta casi cuatro veces más de lo que puede adquirir ahora. Los niveles de pobreza se han mantenido estables en los últimos 20 años sin embargo, la tasa de crecimiento del PIB per cápita mexicano ha sido de más de un 1% anual en esos mismos años.

El salario mínimo, una ridiculez

(Parte 2) 

“Hay una naturalización de la desigualdad, siempre se ha vivido en una sociedad desigual y hay una altísima tolerancia que explica también la ostentación que los ricos hacen en este país”, explica la socióloga Cristina Bayón, experta en desigualdad y segregación social.

Óscar, vendedor como Adriana en un Sanborns, recuerda el día que llegó un hijo de Slim a la tienda. “Avisaron al jefe y luego llegaron muchos guaruras y cerraron la tienda, cuando llegó el señor, tuvo la tienda y el restaurante para él solo, pero fue muy amable”.
– ¿Cómo ves qué trabajas para el hombre más rico del mundo?
– Pues sí es raro pensar que tú no ganas para sobrevivir y que él tiene tanto, pero entiendo que él da trabajo –dice resignado de camino al Metro. Le falta una hora y media para llegar a su casa, en un suburbio de la Ciudad de México.

Entre Óscar, Adriana y su patrón hay tantas diferencias económicas que cuesta pensar que tienen algo en común. Pueden votar en las mismas elecciones o le van a la misma selección de futbol. Pero el único hilo que les une es una relación contractual. En México cuando la pobreza y la riqueza están del mismo lado, es porque el pobre es empleado del rico.

Rocío limpia una agencia de publicidad por el mismo sueldo que María,  mil 800 pesos a la quincena con prestaciones de ley y Seguro Social. Rocío confiesa que su último lujo se lo dio hace dos años, cuando su hijo, mesero, la invitó a comer en una cadena de restaurantes italianos para celebrar que había cobrado su primera quincena. El precio promedio por persona en el restaurante en el que comieron es de 250 pesos, más de dos días de sueldo de Rocío. El trabajador más novato de esa misma oficina, Fer, ya con licenciatura de mercadotecnia, cobra 3.5 veces más que Rocío, pero con recibo de honorarios, sin prestaciones ni seguro social.

Jazmine ejecutiva de cuentas senior en la misma agencia, con clientes como el principal sistema de televisión satelital, gana más de la mitad de Fer y cinco veces más que Rocío. Y entre transporte para llegar a la oficina y en el almuerzo diario, subvencionado por la empresa, gasta al menos 120 pesos, los mismos  que reciben por un día de trabajo Rocío o María. Ana, también ejecutiva de cuentas y con más antigüedad en la empresa, gana 25 mil pesos mensuales, el doble que lo que gana Fer, pero no le alcanza para terminar de construir su casa. La empleada mejor pagada de la agencia ronda los 80 mil pesos.


Tanto Fer como Jazmine, Ana y la empleada que cobra 80 mil pesos se consideran clase media. También Adriana, la dependienta de Sanborns, se define como tal porque va a una escuela privada, a pesar de que con su salario solo puede pagar la colegiatura. U Oscar que pierde tres horas al día para desplazarse de su casa al trabajo y viceversa pero va con saco a laborar.

El salario mínimo, una ridiculez

Según la última Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del INEGI, en 2014 había 49 millones y medio de mexicanos con trabajo. El salario mínimo es de 70.1 pesos diarios en las zonas mejores pagadas como en la capital y otras zonas urbanas, pero la canasta alimentaria básica en la ciudad –es decir lo que un mexicano gasta diariamente para comer – cuesta 42.8 pesos.

Si contamos que, según el INEGI, el mexicano promedio tiene al menos un dependiente económico, el salario mínimo aprobado cada año por el gobierno no les permite ni siquiera comer. El propio estado establece la línea de bienestar mínima (la canasta alimentaria más los gastos de vivienda, transporte, vestido y calzado, salud y educación), en 2 mil 628 pesos por persona en la zona urbana y en mil 679.32 en la rural. Más de la mitad de los trabajadores mexicanos y sus hogares no llegan a conseguirlos. Son pobres pese a tener un empleo.

María, la empleada de limpieza del Centro Comercial Santa Fe gana 3 mil 600 pesos al mes y camina los tres kilómetros que la separan de su trabajo a casa para ahorrarse los 5 pesos que le cuesta el autobús. A sus 32 años, si quisiera embarazarse no podría alimentar al bebé.
Adriana, la chica que vende libros en Sanborns, no podría estudiar si no viviera en casa de sus padres. Estos porcentajes se agravan en estados como Chiapas donde la población que gana mensualmente menos de dos salarios mínimos es 70% de los trabajadores.

“La situación es grave a grados tales que contraviene lo estipulado en la Constitución: en ella se estipula que un salario mínimo debe garantizar un nivel de vida digno…” subraya el doctor en Economía por la Universidad de Harvard, Gerardo Esquivel. Y ahí no termina: solo Haití está peor que México en toda América Latina.

Para sumarle gravedad, México es, después de Brasil, el país con más multimillonarios de la región. Solo el patrimonio de la familia Slim equivale al 6.3% del Producto Interior Bruto Nacional. El ingreso total del 20% más pobre de la población, cerca de 25 millones de personas representa solo el 4.9% del PIB.


Con Slim, en México hay 2 mil 540 multimillonarios cuyos activos netos individuales son de 30 millones de dólares o más. Es decir que una población que cabría en un dos trenes del metro maneja el 43% de la riqueza total individual del país. Mientras, a 61 millones de mexicanos, el equivalente a toda la población de Italia, no les alcanza siquiera para vivir dignamente.

La distribución del ingreso, cuestión de vértigo

Las 85 personas más ricas del mundo poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad. El hombre que pelea el primer lugar en esa lista es mexicano y su fortuna equivale al 6% del PIB, mientras a 61 millones no les alcanza para vivir dignamente. Esta es la primera entrega de una serie semanal sobre desigualdad en México.

Las alturas de este país marean. En la plaza comercial más grande de México se vende una marca cuya bolsa más cara vale 690 mil pesos. Entre los más de medio millón de metros cuadrados y 500 establecimientos que pueblan el Centro Santa Fe, María limpia uno de los 38 baños por menos de 19 pesos la hora. Para intentar comprar aquella bolsa, María necesitaría dedicar todos sus salarios durante 15 años y medio, y no lo podría hacer porque no tendría capacidad de ahorro.



La primera bolsa de esa edición –limitada, numerada y elaborada con un asa en cadena de oro– se vendió en este país. La marca es francesa pero se comercializa en tiendas nacionales que cotizan en otra bolsa, la de valores. La vendedora, en México, cobra 5 mil pesos. La quincena de sueldo base (menos de 700 dólares al mes) en cualquiera de los dos grandes almacenes de lujo que son propiedad, a su vez, del primer y tercer hombre más rico de México, Carlos Slim y Alberto Bailleres, respectivamente.

En otra de las tiendas de Slim, la empleada que despacha libros y revistas gana un salario base de 2 mil 400 pesos a la quincena. Los mismos pesos que el dueño de esa empresa gana cada 20 minutos por rentabilidad bancaria.

La desigualdad ha aumentado en todo el mundo en las últimas tres décadas, pero los mexicanos son alumnos avanzados en la repartición desigual. El país es el segundo más inequitativo de los 34 que integran la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), solo por detrás de Chile en cuanto a la política pública se trata. En la brecha salarial, va a la cabeza. El 10% de los trabajadores mexicanos mejor pagados ganan 30.5 veces más que el 10% que gana menos.
En países con crisis severas como España, los ricos ganan 13.8 veces más que los pobres, 3 puntos más que en 2006, pero aún así, ni siquiera hay la mitad de las diferencias que en México. En estados con un modelo de bienestar consolidado como Finlandia, la brecha salarial se sitúa en 5.5.

Mientras el 10% más pobre de Finlandia tiene al menos una ayuda del estado que le asegura, según su Sistema de Seguridad Social, “los gastos de alimentación, vestido, higiene personal, peluquería, suscripción a un periódico, la factura del teléfono y para poder tener al menos un hobby”, al 20% más pobre de México , 23 millones de mexicanos, no les alcanza ni para comer tres veces al día. 


¿A quién benefician los tratados comerciales y los acuerdos de cooperación?

(Tercera y última parte)
Y esa nueva forma de dominio es, precisamente, la “teoría de la globalización”, cuya aplicación concreta son los tratados de libre comercio y los acuerdos de cooperación. Los teóricos de la “globalización” aseguran que ésta no es otra cosa que llevar a una nueva escala, a una escala regional, continental (o mundial si fuera posible), la política del “librecambio”, cuyo carácter innegablemente progresista, benéfico e indispensable para un desarrollo general y compartido de todos los países de la tierra está fuera de duda, como lo prueba la teoría económica moderna. En el seno de la globalización no caben la desigualdad, la inequidad, la dominación de unos por otros, los privilegios para unos en detrimento de los demás. Allí todo es igualdad, desarrollo compartido, ayuda mutua, progreso para todos. Jauja, pues, en una palabra. Pero a estas alturas se sabe bien que ese discurso es pura paja, puro humo en los ojos; que la igualdad y la reciprocidad rigurosas de que habla se fundan en una falacia evidente: la total asimetría entre los países firmantes que hace que todas las bondades que en ellos se estipulan solo puedan ser plenamente aprovechados por el país poderoso, por los monopolios que se hallan detrás de tales tratados, mientras que la parte débil no está de ninguna manera en condiciones de hacer lo mismo y debe conformarse, por tanto, con las migajas que los monopolios establecidos en su territorio puedan o quieran otorgarle.
Sin embargo, los tratados “antiguos”, como nuestro TLC, tienen varias “deficiencias” a juicio del capital monopolista. Tres principalmente: a) las inversiones y sus dueños quedan sujetos a las leyes del país huésped; b) las relaciones obrero-patronales deben someterse a la ley laboral del mismo país; c) los contratantes quedan en libertad de firmar pactos semejantes con otros países, incluso si son “enemigos” del país dominante en el tratado. Esto se tiene que acabar, dicen ahora los dueños del gran capital. 1.- Las inversiones extranjeras deben ventilar sus conflictos con los gobiernos locales en un tribunal especial, haciendo a un lado el Estado de Derecho del país receptor; 2.- las relaciones laborales deben “flexibilizarse” a grado tal que, de hecho, el obrero esté a merced absoluta del patrón; 3.- el tratado debe tener carácter “exclusivo”, es decir, el mercado así formado será monopolio del socio más poderoso. En suma, pues, los nuevos modelos de tratado acaban de un solo golpe con los pocos y maltrechos restos de soberanía nacional que los pactos antiguos dejaban a los países pobres. Se trata, ni más ni menos, que de una verdadera anexión, tal como ocurría con las antiguas “colonias” y “protectorados”. De este tipo de tratado es el famoso TPP al que acaba de sumarse México. En realidad, de verdad: ¿qué futuro nos espera a los mexicanos?    

¿A quién benefician los tratados comerciales y los acuerdos de cooperación?

(Segunda parte)
Fue esto, y ninguna otra cosa, lo que desató la fiebre de “colonización” de territorios supuestamente “vacíos” en Asia y en África principalmente; fiebre que hizo su aparición en las últimas tres décadas del siglo XIX y en buena parte de la primera mitad del XX. Inglaterra, Francia, Italia, Bélgica, y en menor medida Alemania y Portugal, se repartieron todo el continente africano y parte importante del Cercano, Medio y Lejano Oriente; y fueron estas mismas potencias europeas las que comenzaron a crear “protectorados” y “zonas de influencia” para hacerse de territorios más poblados y, por tanto, ya no “colonizables”, con el fin de asegurarse el mayor espacio posible para sus exportaciones de mercancías y de capitales sobrantes.
Los movimientos de liberación nacional que surgieron en esos países y regiones, sumados al terror que provocó en las élites monopolistas el surgimiento y desarrollo del socialismo, primero en Rusia y luego en toda la Europa de Este, las obligó a abandonar (no sin una sangrienta y encarnizada resistencia) la política de colonización y de “protectorados”. Fue entonces cuando aparecieron y se pusieron de moda los “golpes de Estado” contra gobiernos insumisos, protagonizados por civiles o por las castas militares autóctonas, cuyo objetivo era colocar en el poder a gobernantes títeres, obedientes a la voz y a los intereses de los grandes monopolios del planeta y de los gobiernos que los representaban. Surgieron los “gorilatos” en América del Sur, los dictadores sanguinarios y corruptos (como Mobutu en África y Suharto en Indonesia), las monarquías y hasta las repúblicas hereditarias, todos ellos sostenidos y defendidos por los intereses monopólicos del planeta. Esa fue la historia de la segunda mitad del siglo XX.
Pero vino la caída del muro de Berlín (1989) y tras él la bancarrota total del  “bloque socialista” (1991), y así llegó la hora de la “democracia universal”, de los “derechos humanos”, de la lucha contra “las dictaduras”, contra el “terrorismo” y contra el “narcotráfico”. En tales condiciones, se volvieron imposibles y hasta contraproducentes los golpes de Estado a cara descubierta, los gorilatos y los dictadores brutales y cínicos. La historia, la evolución de la sociedad, logró desaparecer las antiguas formas de dominación imperialista pero no la necesidad económica que las había generado; no el fenómeno de la acumulación excesiva de mercancías y capitales ociosos y su exigencia de más y mayores mercados para su consumo e inversión. Hubo, pues, que crear una forma nueva, moderna, suave y “civilizada” para conservar (e incluso mejorar si fuera posible) el control total, absoluto, monolítico y sin fisuras, de los países débiles y rezagados, de sus mercados de productos y de capitales, de sus riquezas naturales y de sus grandes yacimientos de minerales y de sustancias energéticas (petróleo y gas principalmente), para provecho exclusivo de los grandes monopolios.

¿A quién benefician los tratados comerciales y los acuerdos de cooperación?

(Primera parte)
No es difícil demostrar, incluso con cifras al canto, que hace ya un buen rato que el capitalismo o “economía de libre empresa” dejó atrás la fase de la libre competencia para internarse resueltamente en la fase de los monopolios, en la fase de la economía dominada por capitales inmensos que crean empresas igualmente gigantescas de alcance mundial. Y no es que la libre competencia haya sido erradicada de la faz de la tierra; simplemente ha perdido su carácter central, dominante, para pasar a ocupar un lugar enteramente subordinado, enteramente subsidiario con respecto a las grandes empresas monopólicas de la actualidad.
La consecuencia más trascendental de esta transformación de la libre competencia en una economía cartelizada, trustificada, dominada por el monopolio, tiene un doble carácter. En primer lugar, gracias al gran tamaño que alcanzan las nuevas empresas, sumado a una mejor organización de su actividad productiva y al continuo y rápido perfeccionamiento técnico de las máquinas, de las herramientas y de todos los medios auxiliares del proceso productivo mismo, se genera con gran rapidez una enorme cantidad de mercancías que en poco tiempo rebasa la capacidad de consumo del mercado interno y comienza a acumularse, a formar un gran excedente de productos terminados que necesitan (y exigen) la apertura de nuevos mercados más allá de las fronteras nacionales.
Por otra parte, el dominio generalizado de los monopolios crea importantes ahorros de capital al eliminar los gastos superfluos que origina la libre competencia, al fomentar una mayor eficiencia de las inversiones y al reducir la demanda de capital para el establecimiento de nuevos negocios, precisamente por haber reducido drásticamente el número de inversionistas y de empresas al suprimir la libre competencia. Además, los monopolios, al quedar como dueños absolutos del mercado, multiplican la escala de su producción para poder satisfacer una demanda súbitamente incrementada, organizan mejor la distribución de sus productos eliminando intermediarios y fijan los precios de sus mercancías, con lo cual se aseguran una sobre ganancia en relación con la utilidad media fijada por el mercado “libre”. Todo esto, actuando simultáneamente, genera una enorme concentración de capital ocioso que, junto con el excedente de productos, busca (y exige) nuevos mercados, nuevos espacios económicos donde poder invertirse productivamente, de acuerdo con su naturaleza intrínseca de capital, es decir, de dinero que se incrementa a sí mismo.

miércoles, abril 06, 2016

Un modelo económico que agrede al medio ambiente

(Cuarta y última parte)

Resumiendo, la destrucción de los recursos naturales es consecuencia del modelo económico cuyo objetivo es la maximización de ganancias, y que representa una amenaza creciente para la sobrevivencia misma de la especie humana. Revertir el DeterioroAmbiental, frenar la extinción de especies y reducir la morbilidad asociada a la polución, será posible sólo regulando la desenfrenada acción de las corporaciones empresariales, algo a lo que, dicho sea de paso, no parecen estar dispuestos los partidos y grupos que enarbolan la bandera “ambientalista”; en segundo lugar, para recuperar un ambiente limpio es menester asegurar empleo para todos, y bien pagado, para que la #pobreza y el #hambre no empujen a nadie a atentar contra la madre naturaleza. 

Asimismo, debe orientarse una mayor proporción del gasto público a la recuperación de bosques, suelos, aire y cuerpos de agua. Pero para lograr todo eso necesitamos un modelo de producción y distribución cuyo propósito central sea la felicidad de todos los seres humanos, que incluye el disfrute de un mundo limpio y amable. Pero un gobierno incondicional del gran capital, integrado por los mismos que contaminan y agotan los recursos naturales, nunca revertirá esta situación, ni frenará a las transnacionales que envenenan el aire que respiramos y nuestros ríos y lagos. Esta tarea sólo puede ser obra de un gobierno popular, único interesado en poner orden y capaz de hacerlo.

Un modelo económico que agrede al medio ambiente

(Tercera parte)

El agua escasea y se contamina. Según la #‎Conagua, el 70 por ciento de nuestros ríos presentan algún grado de contaminación; y el recurso se agota: en 1975 había 32 acuíferos sobreexplotados y para 2010 sumaban 105 (INEGI Informa); buena parte del agua es extraída por grandes industrias, como las refresqueras, que abaten los mantos. Los suelos están empobreciéndose: el 45.2 por ciento registra algún nivel de degradación (SAGARPA 2002). Según el Observatorio Global de los Bosques (GFW, Global Forest Watch), entre 2000 y 2012, México sufrió una pérdida neta de 1 millón 840,000 hectáreas de bosque, superficie equivalente al estado de Hidalgo (El Economista, 21 de abril de 2015). 

Un caso escandaloso de daño ambiental ocurre en Tula-Tepeji, Hidalgo, región considerada en 1995 por la ONU como ¡la más contaminada del mundo! Al respecto, la diputada Paula Olmos reportó en 2011 ante la Cámara de Diputados: “Datos proporcionados por el Consejo Consultivo Ciudadano de Tula, indican que la planta termoeléctrica Francisco Pérez Ríos emite anualmente seis millones 129 mil 92 toneladas de bióxido de carbono, mientras la refinería Miguel Hidalgo despide cada año 3 mil 312 toneladas de bióxido de carbono, 7.2 toneladas de níquel y 134 kilogramos de plomo. Asimismo, se detalla que las petroquímicas emiten cada año al aire de Hidalgo 44 mil 400 toneladas de bióxido de carbono, 455 kilogramos de cianuro, la misma cantidad de níquel y 113 kilos de plomo. Las cementeras que se encuentran en la zona despiden anualmente más de 1 millón 361 mil 854 toneladas de dióxido de carbono y más de 18 de benceno, así como 460 mil kilogramos de plomo y 140 mil kilos de mercurio. 

Diversos estudios han comprobado que tan sólo la refinería y la termoeléctrica Francisco Pérez Ríos emiten 33 veces más dióxido de azufre que todo el Valle de México […] La refinería Miguel Hidalgo, de acuerdo con los ambientalistas, es la empresa más contaminante en todo el país.” (Gaceta Parlamentaria Número 3201-VII, 15 de febrero de 2011). Según otras fuentes, entre las diez ciudades más contaminadas de Latinoamérica, las tres primeras son mexicanas: Monterrey, Guadalajara y Ciudad de México (PNUMA, abril de 2015). Como consecuencia, la clase trabajadora paga con epidemias la ganancia acrecida de las empresas. En América Latina, México ocupa el segundo lugar en muertes por contaminación (Clean Air Institute, con datos de la OMS).

Un modelo económico que agrede al medio ambiente

(Segunda parte)

Así, una gran demanda por parte de personas y países ricos, y altos precios de animales y plantas, convierten a éstos en codiciadas mercancías, y su caza, captura y tráfico pasan a ser un medio de sobrevivencia para pobres y desempleados, que consiguen ilegalmente lo que el modelo económico les niega por la vía legal. Por ejemplo, la caza furtiva de elefantes en África. Organizaciones especializadas estiman que tan sólo en 2012 fueron cazados 15 mil elefantes (Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestre); entre los años 2000 y 2013 el tráfico de marfil aumentó en 20 por ciento. 

Según información de El País, en Kenia se ha disparado la caza furtiva de esos animales. En los últimos dos años y medio se ha cazado un número mayor que en los once anteriores, y es que el precio del marfil se ha duplicado desde 2007. “Con los precios locales actuales, el marfil de los elefantes más grandes cazados furtivamente en Samburu equivale a un año y medio de salario de los guardas del parque o a 15 años de ingresos de trabajadores no cualificados. En los últimos tiempos se han casi triplicado las capturas de marfil ilegal en Kenia o procedentes de ese país africano…” (El País, 17 de agosto de 2011 con información de Nature). Aquí en México está a punto de extinguirse la vaquita marina, cetáceo endémico del Golfo de California, en riesgo asociado con la pesca de la totoaba, pez cuyo “buche” alcanza en China precios superiores al millón de pesos, lo cual está causando su extinción.

Un modelo económico que agrede al medio ambiente

(Primera parte)

Las cuentas nacionales, al medir la riqueza creada mediante indicadores como el PIB, soslayan la destrucción de recursos naturales y daños a la salud humana en que se incurre. Se nos dice, por ejemplo, que una economía crece, pongamos, al 3, al 4 por ciento, mas se oculta que para lograrlo fueron destruidas miles de hectáreas de bosque, se contaminaron cuerpos de agua y se provocaron enfermedades en miles de personas, cuyas curaciones sencillamente no aparecen en las cuentas. 

De esta forma se tiene una visión unilateral y distorsionada del desempeño económico, y se oculta que, en la búsqueda de la máxima ganancia en el menor plazo, el capital actúa como el gran depredador ambiental, algo que hace de dos formas: primero, de manera directa, las empresas extraen, sin freno alguno, recursos para materias primas, o en industrias como la minera y la petrolera; pero no sólo en las extractivas: en general, recurren a las llamadas externalidades negativas, trasladando sus costos a la sociedad para aumentar las utilidades; por ese medio, las enfermedades de millones de personas y la destrucción y agotamiento de recursos naturales generan ganancias. 

La segunda forma de daño, indirecta, es empobreciendo a masas crecientes de población, llevándolas a situación de hambre, extrema necesidad y desesperación, que las empuja a atentar contra el medio ambiente para sobrevivir.

lunes, abril 04, 2016

Economía mexicana sometida por avance del dominio del capital global

(Tercera y última parte) 

Ante toda  esta situación nos ha llevado el predominio de la Inversión Extranjera Directa (IED), convertida por los estrategas en factor económico fundamental, verdadero pilar, del que ponderan su capacidad de creación de empleos, algo bastante discutible, pues buena parte de las empresas transnacionales no son intensivas en trabajo sino en capital, como la automotriz, pues operan más bien con sistemas automatizados. 

Naturalmente, las enormes utilidades obtenidas en México por el capital extranjero son luego repatriadas a sus países de origen, como hacen los bancos españoles, que en buena medida logran mantenerse a flote en Europa en tiempos de crisis gracias a la inyección de utilidades extraídas de Latinoamérica, muy particularmente de México, como en los mejores tiempos de la colonia cuando hacíamos la grandeza de España con el oro mexicano. A nosotros no nos queda el beneficio de esa riqueza en forma de ahorro, inversión y desarrollo de infraestructura.

Depender, en tan alto grado, de ese tipo de inversión es estratégicamente peligroso, pues cuando así conviene a sus intereses se retira y deja desfondadas a las economías de países pobres; si no se atienden sus condiciones emigran a otros países donde la legislación laboral, fiscal o ambiental sea más laxa. Normalmente, muchos de esos corporativos, como Walmart, pagan impuestos irrisorios, y la carga fiscal recae sobre los hombros de los causantes de bajos ingresos y de clase media baja. 

La IED dejada a su arbitrio termina irremediablemente apoderándose de los recursos nacionales y de nuevos sectores económicos, por lo que no es la mejor solución para impulsar desarrollo y generación de buenos empleos; más bien debiera regularse eficientemente (como hace, por ejemplo, China), con un criterio centrado en el desarrollo del país y el bienestar social. Obviamente, puede ser útil, siempre y cuando desde el Estado se la ordene y oriente con arreglo a una estrategia, evitando sus excesos y su avasallante preponderancia económica, y política. 


Sin desdeñar el papel que puede jugar la IED, en un equilibrio sano, México debe depender en mayor medida del ahorro y la inversión internos como garantía de soberanía y desarrollo, para fortalecer una economía próspera y competitiva, cuyas utilidades se reinviertan en el país y aporten al fisco como parte de un mecanismo distributivo tan necesario como urgente.   

viernes, abril 01, 2016

Economía mexicana sometida por avance del dominio del capital global

(Segunda parte)

En México no existe propiamente una industria automotriz nacional, ello no obstante que ocupamos el cuarto lugar mundial en exportación de automóviles; pero no nos hagamos ilusiones, esto es más bien el uso del territorio nacional y la mano de obra barata para ensamblar aquí los carros a bajo costo, sobre todo laboral, y venderlos luego en otros países con un margen de ganancia mucho mayor, en condiciones más competitivas que si se hubieran fabricado en países con altos niveles salariales. Igualmente, no tenemos industria aeronáutica, como sí tiene Brasil con Embraer; importamos todos los aviones. Los sectores de maquinaria agrícola y pesada están dominados también por empresas extranjeras. La industria refresquera está en manos de Coca-Cola y Pepsi, que combinadas controlan el 89 por ciento del mercado.

Las empresas cerveceras y de otras bebidas alcohólicas “muy mexicanas” corren igual suerte: el Grupo Modelo es ya en gran parte propiedad de Anheuser-Busch InBev; tequila Don Julio fue adquirida por la británica Diageo; tequila Cazadores, por Bacardí; Herradura, por la estadounidense Brown Forman Corporation, y Sauza, por Beam Future Brands, sólo por dar algunos ejemplos de cómo la tradicional bebida es crecientemente propiedad de extranjeros, y de nacional sólo le queda el nombre. La industria juguetera y la cinematográfica han sido igualmente afectadas por la competencia extranjera, sobre todo china y estadounidense, respectivamente; de la época de oro del cine mexicano nada queda. 

No existe una industria mexicana de computadoras; todo lo compramos a los productores estadounidenses, chinos, etc., incluyendo los antivirus, por cierto, un jugoso negocio donde hay quienes se dedican a crear virus para luego vender la protección. En el sector minero es frecuente saber de empresas que luego de extraer la riqueza del subsuelo emigran dejando una secuela de contaminación.

En producción de alimentos las cosas no están mejor. Según datos del Doctor Manuel Villa Issa, investigador del INIFAP: “Los técnicos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), indicaron que México compra del extranjero, principalmente de Estados Unidos, 43% de los alimentos que consume, lo que representa una gran dependencia alimentaria. Esto significa que entre los 40 países más importantes del mundo, México es el segundo país importador de alimentos en términos per cápita, después de Japón”.

En ponencia del mismo autor en el Estado de México, la prensa registró su siguiente declaración: “México estaría importando en 18 años más del 80% de los productos que consume la población, si no modifica de manera radical su política alimentaria, según estudios de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Manuel Villa Issa, investigador de la Universidad Autónoma Chapingo (UACh) recordó los análisis en los que la FAO advirtió la problemática que se presentaría en el país para el 2030.” (El Universal, 27 de febrero 2012). En una palabra, peligrosamente empresas extranjeras controlan cada día en mayor medida lo que comemos.

Economía mexicana sometida por avance del dominio del capital global

(Primera parte)

Como resultado del desarrollo del capitalismo internacional, en el proceso de la globalización diferentes sectores de la economía mexicana vienen siendo progresivamente controlados por empresas de capital extranjero. La ley general de la acumulación del capital avanza a toda marcha en México.

Ciertamente fomentando el desarrollo de corporativos mexicanos, pero sobre todo extranjeros. Algunos ejemplos nos permitirán sustentar esta afirmación. La llamada liberalización financiera ha permitido que bancos europeos y norteamericanos controlen la mayor parte del capital bancario que opera en el país. De acuerdo con Daniel E. Nolle, funcionario de la Oficina de Control de Moneda de Estados Unidos, México tiene una de las proporciones más altas de capital extranjero en el sector bancario a nivel mundial: 70 por ciento; según Guillermo Ortiz, persona muy informada en la materia, el porcentaje alcanzaría el 75 por ciento. 

Y es bien sabido que estos bancos cobran aquí comisiones entre las más elevadas a nivel mundial, pero sobre todo es preocupante que sean los bancos extranjeros los que decidan la política de crédito, a quién, bajo qué condiciones y para qué prestar dinero, y obviamente lo hacen en función de sus intereses. Grandes corporativos como Walmart se apropian del mercado doméstico, con la consecuente ruina del pequeño comercio y de las empresas mexicanas de tamaño medio, privando así de su fuente de ingresos a millones de familias; el monopolio de la familia Walton controla ya el 63 por ciento del mercado minorista en México, y avanza aceleradamente: en el último año aumentó en 8 por ciento su participación en ventas totales, con un monto de 437 mil 659 millones de pesos; el año pasado abrió 132 nuevas tiendas.

El Estado es el que debe reducir la desigualdad económica

La realidad, más terca que las sedantes teorías, viene a dar el mentís en muchas cosas o hipótesis que creemos ciertas; en el caso de el aumento de la riqueza, a través las impresionantes éxitos de las grandes empresas, hay un creciente empobrecimiento de la clase media, y aumenta la pobreza. 

No basta, pues, con el simple crecimiento. El mercado dejado a su libre acción no distribuye; es más bien terriblemente concentrador, característica inmanente a él. Consecuentemente, para reducir la desigualdad económica y la pobreza, la realidad nos dice que debe intervenir otro poder que posibilite la distribución, y ése no es otro que el Estado. Y debe hacerlo mediante la aplicación de una política sistemática que se proponga la reducción de la brecha del ingreso. 

Tal estrategia distributiva debe instrumentarse a través de un sistema fiscal progresivo que obligue a pagar más impuestos a quienes más ganan; una política de incremento salarial, superando el congelamiento de salarios que permite a las grandes empresas acumular ganancias a costa de los trabajadores; una reorientación en el gasto público a favor de los sectores sociales más desprotegidos, y el fortalecimiento del mercado interno sobre las exportaciones. 

Pero si el Estado, impedido por la oposición de los grandes corporativos empresariales, no interviene y renuncia a la tarea de elevar el bienestar social, en cuyo caso, el progreso sólo será posible con la intervención decidida de la sociedad civil, activa y políticamente educada, actuando como contrapeso al poder de los corporativos. Es la única forma efectiva de revertir, o al menos atenuar, la terrible, y peligrosa, polarización económica de nuestra sociedad, y luego poco a poco eliminar la dependencia hacia el país vecino. 

Más riqueza, más pobreza en el país

Ante tanta bonanza en el país, ante tanta riqueza que a diario vemos que se genera, el más elemental sentido común sugiere que debieran existir altos niveles de bienestar, pues hay riqueza bastante para ello, y cada día más. Pero no es así, sino al contrario. En julio del año pasado la prensa publicó el resultado de medición de pobreza del Coneval para el período 2012-2014, que arroja un aumento en el número de pobres: de 53.3 a 55.3 millones; o sea que en cada año transcurrido, desde la clase media baja se precipitaron a la pobreza un millón de mexicanos.

Para completar el cuadro, el 27 de julio en la prensa informó que, según cifras del Coneval, aparte de los dos millones mencionados, otros 8.5 millones podrían correr próximamente igual suerte pues se encuentran ¡vea usted el eufemismo! “en situación de vulnerabilidad”.

Esto, precisa el organismo, porque “Perciben ingresos inferiores al valor de la Línea de Bienestar que es de 2 mil 542 pesos […] Lo anterior quiere decir que si los 8.5 millones de mexicanos no elevan sus ingresos en el corto plazo y continúan en el umbral de la pobreza, la cifra de 55.3 millones de pobres reportados para los siguientes años podría aumentar en los años siguientes”

Tendríamos entonces, siempre atendiendo lo que el gobierno admite, que el número de pobres podría saltar a 63.8 millones. Advirtamos que más que la cifra, seguramente maquillada, lo importante a destacar es la tendencia.

El contraste es escandaloso. Por una parte se narran los triunfos empresariales: más riqueza, más ventas, crecientes exportaciones, pero por otra, hay más pobreza y un acelerado deterioro de la clase media. Esta contradicción no es casual, sino expresión de la ley de la acumulación del capital, consustancial al desarrollo de la economía de mercado, operando sin taxativa alguna, dejada a su absoluta libertad.

jueves, marzo 31, 2016

Hay que levantar une economía de mercado

Una economía excesivamente estatizada, sin control del gasto público, desdeñosa de las variables macroeconómicas, en perpetua guerra con la inversión privada por los espacios económicos, partidaria del despilfarro y del endeudamiento, es ciertamente una economía profundamente ineficaz y que daña principalmente a los que menos tienen.

Pensar de manera optimista, creer incluso que los llamados populistas están en contra de retornar a ese modelo fracasado. Pero si esto es cierto, más cierto es todavía que no se puede seguir montados en una economía cuyo crecimiento y prosperidad beneficien sólo a unos cuantos privilegiados, mientras la mayoría se debate en la penuria y los sufrimientos de todo tipo.

Lo que México requiere está perfectamente claro y no se justifica, por eso, tanto rollo y tanta alharaca en torno a la cuestión: hay que levantar una economía de mercado, sí, pero ordenada, responsable, sin deudas ni crisis, que dé su lugar a la empresa privada pero también al Estado como promotor de la justicia social, que sea eficiente, es decir, que crezca y que genere riqueza, mucha riqueza a precios competitivos para el mundo con el que comerciamos. Pero junto a todo esto, es indispensable que también se proponga, y lo lleve a cabo con mano firme un reparto más equitativo de la renta nacional, como lo está demandando a gritos la precaria situación de las grandes masas de marginados e indigentes.

Actividad económica para producir artículos y servicios para satisfacer necesidades de todos

Quiero pensar que hubo un tiempo en la historia de la sociedad humana en que era algo evidente por sí mismo que la actividad económica no tenía, ni podía tener otro propósito, que el de producir los artículos y servicios necesarios para la satisfacción de las necesidades de todos, absolutamente de todos sus miembros, a quienes se reconocía un derecho igual al acceso al bienestar físico y espiritual. 

Sin embargo, por absurdo que pueda parecer, con el correr del tiempo y como consecuencia de los cambios que fueron ocurriendo en el modo de producir y distribuir la riqueza social, hemos llegado a una situación en la que muchos piensan, aunque no lo digan o lo digan de modo poco claro, que esto no es así, que el verdadero propósito del trabajo productivo de la sociedad es el de garantizar la existencia y prosperidad de los grandes corporativos, de las gigantescas empresas mundiales y sus propietarios respectivos, y que el resto de la humanidad, al mismo tiempo que ponerse incondicionalmente al servicio de esos monstruos con tentáculos en todo el planeta, debe conformarse con lo indispensable para no morirse de hambre y para poder seguir trabajando sin descanso.

Los partidarios de este punto de vista, que no necesariamente son sólo los dueños de la riqueza mundial sino gente a su servicio, como pueden ser "especialistas", publicistas, columnistas, editorialistas, politólogos, etc., etc., no vacilan en acusar a quienes se atreven a insistir en la necesidad de que la economía vuelva a estar al servicio del hombre.

Pequeñas empresas, no son las solución para salir de la pobreza económica y política

En México, las micro, medianas y pequeñas empresas (MIPYMES) sobreviven sólo tres años en promedio, y la culpa se le achaca a la falta de capital, al nulo acceso al crédito, a la carencia de conocimientos y habilidades gerenciales y al casi totalmente ausente uso de los medios modernos de propaganda y promoción (redes, internet, etc.). 

Para mi sorpresa, nada se dijo del mercado, de la demanda potencial y solvente de la producción de las MIPYMES, de la competencia que enfrentan ni de sus costos de producción. Parece un simple descuido, pero el hecho es que se dejó intocado el verdadero talón de Aquiles de las MIPYMES, porque no hay un solo ejemplo de país en el mundo que haya salido de la pobreza y del subdesarrollo mediante la enanización de sus empresas y de sus empresarios. Y no lo hay porque la tendencia del capital no es hacia el enanismo sino hacia el gigantismo de los monopolios y de los grandes corporativos. 

Evidentemente, entonces, la salida contra la contaminación y contra la falta de crecimiento económico no es volver atrás, al estado primitivo de la humanidad, sino la sujeción de la economía mundial a un plan racional de división del trabajo, distribución de los recursos escasos, planificación de la población mundial y una producción ceñida a las necesidades realmente vitales e imprescindibles del hombre. ¿Podremos hacerlo? El ser humano, el “homo sapiens”, ¿será capaz de defender la sobrevivencia de su propia especie?

Recorte presupuestal ya comienzan a sentirse en la economía mexicana.

Los efectos del recorte presupuestal ya comienzan a sentirse en la economía mexicana. La Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) informó este miércoles que el gasto público durante el primer semestre del 2016 tuvo una disminución del 9.8 por ciento respecto al mismo periodo del año anterior, lo que representa la mayor caída desde 1992.

La dependencia federal presentó su Informe bimestral de Finanzas Públicas, en el que se destaca el ejercicio de recursos 94 mil 326 millones de pesos menor a lo contemplado en el Presupuesto de Egresos de la Federación 2016. En total, el Estado gastó 750 mil millones de pesos, muy por debajo del estimado inicial de 845 mil millones de pesos.

Luego de conocer las cifras, el director del Centro de Investigación Económica y Presupuestaria (CIEP), Héctor Villarreal, explicó que esto significa que “por fin se están materializando los recortes, principalmente los del gasto programable, era algo que tenía que pasar, pero habrá que estar muy al pendiente porque puede tener efectos en la economía y por otro lado nos anticipa que el siguiente paquete económico que la Secretaría de Hacienda y Crédito Público debe entregar en septiembre estará muy complicado”. (Inf. de El Financiero)

Nuestra economía va mal... nuestra economía florece.

Qué és la economía. Por qué todo mundo habla de ello y cómo estamos influenciados de este fenómeno. Aquí un pequeño video que nos explica sobre este concepto. 



martes, marzo 29, 2016

La democracia actual es de los multimillonarios

Los empresarios de medios de comunicación tienen el poder para combatir adversarios políticos, hacer y destruir honras y fabricar ídolos de barro, llevando así ventaja absoluta en las elecciones. Dice al respecto Stiglitz, refiriéndose al uno por ciento más rico de la población estadounidense (que hasta 2007 controlaba el 65 por ciento del ingreso total del país, y hoy más del 90), que “… estas inversiones pueden rendir utilidades mucho más altas que las comunes, si se incluye el impacto en el proceso político”. Y añade que: “Desde que las corporaciones tienen muchos millones de veces más recursos que la vasta mayoría de americanos individuales, la decisión tiene el poder de crear una clase de promotores políticos súper ricos con un interés político unidimensional: incrementar sus utilidades” 

Los empresarios que logran colocar a sus representantes en el poder diseñan las políticas de Estado, por ejemplo, el sistema fiscal, evitando ser gravados con impuestos, y legislando en su favor en cuestiones laborales, ambientales, etc., o decidiendo sobre la aplicación del gasto público. Además, imponen a sus personeros en los cargos públicos más influyentes.

Y no se vale protestar, pues quien lo haga será ipso facto acusado de delito de lesa sociedad: “provocar” la lucha de clases y con sus palabras “dividir” a la sociedad, un engaño del tamaño del mundo, pues esa lucha existe objetivamente desde hace mucho tiempo, y hoy con renovada crudeza, como lo aceptan los más conspicuos representantes del actual estado de cosas. Stiglitz cita al multimillonario ‪#‎WarrenBuffet‬, quien tranquilamente afirma: “Ha venido ocurriendo una lucha de clases durante los últimos veinte años y mi clase la ha ganado”.

La descrita es la situación imperante en las economías dominadas por el capital, donde las campañas presidenciales son todo menos programas o propuestas, carisma, voto libre de coacción, etc., sino cuestión del peso en millones de quienes patrocinan a cada candidato. 

Es la democracia de los multimillonarios, una guerra de potentados por el control del gobierno, de la que el pueblo queda excluido de facto, y, consecuentemente, la democracia, entendida como gobierno del pueblo y para el pueblo, se ve reducida a un cascarón, vacío de contenido, pues el pueblo, en cuyo nombre se gobierna, no tiene dinero ni padrinos ricos para hacer valer sus intereses. La democracia es también mercancía, y no es exagerado decir que tendrá acceso a ella quien tenga para pagar boleto de entrada; pero el problema se agudiza, pues en tanto la riqueza siga acumulándose y el número de pobres aumentando, serán más los excluidos, pues la igualdad económica, supuesto básico de la igualdad política real, va desapareciendo. Consecuentemente, sólo en una sociedad con distribución equitativa podría haber iguales derechos políticos y de todo tipo; en una tan polarizada como la actual, es una ficción. 

El capital como poder de élite y sobre la voluntad popular

Es derecho ciudadano (De acuerdo al artículo 35 constitucional), poder ser votado para todos los cargos de elección popular. Teóricamente, cualquiera con sus derechos a salvo puede ser presidente municipal, diputado, senador, gobernador o presidente de la República. 

Supuestamente, todos somos iguales ante la ley, la famosa igualdad jurídica, mas la realidad se resiste a ese mandato de papel, pues como es propio de los países capitalistas, en México este precepto jurídico es nugatorio: lo anula la desigualdad económica. Dice Joseph Stiglitz en su obra El precio de la desigualdad que la democracia se funda en el principio de una persona un voto, postulado que en la realidad ha sido remplazado por un dólar un voto, de manera que quienes más dinero tienen, más poder tendrán para elegir gobernantes y manejarlos a conveniencia, privilegiando así al capital sobre el interés social en la política de Estado. 

Y el problema se agudiza: conforme la desigualdad aumenta, la base económica y social de la democracia se erosiona peligrosamente. Al respecto, "Stiglitz cita a Paul Krugman, premio Nobel de Economía: “La extrema concentración del ingreso es incompatible con la democracia real. ¿Puede alguien negar que nuestro sistema político está siendo pervertido por la influencia del gran capital, y que la perversión está empeorando conforme la riqueza de unos cuantos se hace más grande?” 

Así el capital se asegura la subordinación de los políticos, y se impone el poder de la elite económica sobre la “voluntad popular”, reducida a mera pantalla para ocultar al primero. 

EU y otras economías vigorosas

Un país libre definitivamente será posible bajo la condición de que exista una verdadera democracia. Si la libertad de los ciudadanos de cualquier nación se puede lograr, la democracia también existirá

No hay duda que un país como México, donde existen más 80 millones de mexicanos en pobreza extrema: un país donde la inseguridad y violencia son el desayuno, comida y cena de todos los días; donde millones de mexicanos viven con menos de un dolar al día; donde la corrupción política y económica de nuestras instituciones están a la orden del día,  en u país así lograr una libertad es muy difícil.

Querer lograr también una país independiente, tanto política como económicamente, sólo será posible cuando a nivel mundial los países comiencen a independizarse o cuando el país dominante, en este caso Estados Unidos, comience a tener contrapeso con otras economías potentes y vigorosas. ¿Las hay?. Sí, China y Rusia, pueden ser algunas de ellas.

miércoles, marzo 16, 2016

Me gustas Democracia porque estás como ausente

En México y en el mundo, tenemos una democracia de gestos, de apariencias, de discursos y de maniobras complejas, muy elaboradas y difíciles de captar por la gente común, pero no por eso menos ciertas y de efectos menos graves para las mayorías. 

Ese aparato al servicio de la farsa y de la impostura logra engañar al público, le hace creer que es real que él es quien elige a sus gobernantes y que estos son, por tanto, los genuinos representantes de su voluntad y de sus intereses. 

LA OXFAM dijo en algún documento que  nada de esto es cierto. La verdad es que la concentración de la riqueza de México y del planeta, exige necesariamente una concentración del poder de igual intensidad y prácticamente en las mismas manos, para garantizar la permanencia y la reproducción ampliada de los privilegios y el poder económico que la primera detenta. 

La democracia es una ficción, es una máscara que cubre el rostro de la dictadura de las élites del dinero, las cuales imponen al resto de la sociedad no sólo las decisiones más trascendentales para la vida de todos, sino también el tipo de gobierno y las personas que habrán de ejercerlo, de modo que se cumplan puntualmente las decisiones previamente tomadas. 

La democracia está secuestrada por las pequeñas élites, dice la OXFAM y, por tanto, también están secuestrados por ellas el Estado y el gobierno. Por esta razón es que resulta ingenuo esperar que los cambios económicos de fondo, como el mejor reparto de la riqueza, provengan de esos gobiernos; que sean ellos los que tomen la iniciativa para un verdadero combate a la pobreza, a la desigualdad y a la marginación.

Una de las acciones o tarea inmediata sería democratizar todo el poder, ponerlo todo en manos del pueblo y al servicio de los que ahora no lo tienen y que piden representar un cambio económico y político, con dependencia, quizá sí, pero nos en lo sustancia.

El mundo está lleno de lágrimas...

La relación entre economía y política, la primera como causa y la segunda como efecto cuando se las observa desde cierto ángulo y en un momento determinado del desarrollo social, y luego, cuando se las estudia en otro momento y desde otro punto de vista, el cambio recíproco de sus papeles no es un descubrimiento reciente y novedoso de las ciencias sociales, sino una sencilla verdad que se conoce a pesar de lo cual, el estudio del desenvolvimiento de los distintos países pone en evidencia que muy poca es la importancia que se concede a dicho postulado, y más poco todavía es el esfuerzo para extraer del mismo sus consecuencias más significativas y para aplicarlas a la vida y al desarrollo de las sociedades de esos mismos países.

Cada día que pasa se vuelve más evidente que el mundo “unipolar”, con una única potencia dominante y con un único sistema económico obligatorio para todos, el de “libre mercado” como receta de eficacia universal, sin matices ni variantes, para todas las naciones, con independencia de su historia, de sus recursos naturales y humanos, de su ubicación geográfica y de su cultura ancestral, hace rato que entró en una fase crítica que pone en entredicho la eficacia de la famosa “mano invisible” del mercado que todo lo ajusta, lo regula y lo gobierna automáticamente, garantizando a cada quien la plena satisfacción de sus necesidades y provocando su total conformidad con este modo de producir y distribuir la riqueza social.

La crisis, situación intolerable de pobreza y desigualdad que se agrava a cada hora que pasa, la que está provocando que cada vez más organizaciones sociales y políticas, más intelectuales no atados orgánicamente al sistema, más líderes de masas estén hablando con más frecuencia y con mayor énfasis sobre la estrecha relación entre economía y política. De donde deducen que el remedio a las calamidades debe necesariamente empezar por cambiar el modelo político, es decir, el sistema “democrático”, altamente defectuoso e infuncional en que nos movemos.La democracia está secuestra y una tarea primordial es darle libertad y se vuelva así, en una verdadera democracia. Entonces, el mundo está lleno de lágrimas... y hay que liberar a la democracia.